sábado, 10 de noviembre de 2007

VOCES DEL TIEMPO
Por Marcelo Velasco
(Primera parte de tres: 1/3)
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No se si realmente era necesario contar esta historia, ya que es intima y personal. Tal vez sería mucho más fácil no decir nada y guardarlo en el corazón, pero no tengo duda que lo que me quiso enseñar Carlos Raúl debe ser contado, sin esa mezquina intelectualidad que me quiere envolver, sino que simplemente con la razón de verdad que fue realizada.

1 (1989)
Apenas podía respirar mientras corría por la calle Santa Isabel y doblaba por Arturo Prat hacia el sur.

Iban a ser las cuatro de la tarde y el sol simplemente quemaba mi cansado rostro, mientras las piernas me temblaban de cansancio en cada zancada. No se si estaba loco, pero cada una de esas calles se hacían cada vez más interminables.

Cualquiera que me mirara pensaría que era otro escolar cimarrero que estaba arrancando de alguien para ir a carretear con los amigos, pero yo sabía que tenía una misión importantísima por cumplir.

Tal vez era un tonto al apurarme tanto, pero no me gustaba llegar tarde a algún lugar cuando me había comprometido a alguna hora, y menos si se trataba de la Sochif.

La Sochif es la Sociedad Chilena de Fantasía y Ciencia Ficción, al que pertenecía desde sus origines cuando cual Fremen errantes fuimos “expulsados” del Club de Ciencia Ficción de Chile por simplemente intentar difundir la Ciencia Ficción en cualquiera de sus expresiones (literatura, cine, cómics, etc.) de una forma que el presidente no compartía.

Sabía que Carlos Raúl me estaría esperando y no le importaría que llegará tarde por casi 40 minutos, pero me sentía culpable al retrazarme por buscar aquellos libros agotados, perdidos y olvidados por cada una de las tiendas de San Diego. Había pasado por ellos miles de veces y siempre preguntaba por los mismos libros, pero nunca perdía la esperanza de encontrar alguno de aquellos tesoros perdidos.

Carlos Raúl era el presidente de la Sochif. Un hombre de cuarenta y tantos años, alto, gordo, pelo liso con algunas canas, pero siempre con una sonrisa en su rostro. Sin duda se había transformado en nuestro presidente cuando formamos la Sochif por su característica de líder nato. Aunque nunca lo ha reconocido, le gusta liderar proyectos y sobresalir de los demás ya sea como profesor, poeta o escritor de ciencia ficción, pero siempre tiene la sabiduría de no obligarte a hacer alguna cosa, sino que simplemente te invita a hacer lo correcto.

Y justamente eso era lo que necesitábamos en ese momento.

Necesitábamos sacar luego a la venta el tan atrasado “Quantor”, nuestra primera revista-fanzine de la Sochif, pero por un error de compaginación en la impresión de las primeras páginas habíamos perdido mucho papel reservado para la revista, y nos habíamos gastado casi todo el presupuesto que teníamos.

Yo era el secretario de la Sochif y sabía que no había mucho dinero. Carlos me había dicho que no me preocupara, que todo iba a salir bien. Que nos juntáramos a las tres en su oficina de la calle Copiapó y que llevara los fondos que teníamos recaudados.

Casi sin aliento llegue por fin a la puerta de su casa y toque el timbre.

2
Mirando a través de los vidrios de la puerta vi como Carlos se levantaba de su escritorio para encaminarse lenta y rítmicamente hacía la puerta.

―¡Marcelo! ¡Te estaba esperando!― me dijo con su vozarrón inconfundible.
―¡Ups! ― pensé ―¡Me va a retar…!
―Disculpa por llegar tan tarde― le dije con vergüenza ―pero me atrasé por mirar libros en San Diego.

No le había podido mentir.

―¡No te preocupes, hombre! ― me dijo animándome con pequeños manotazos en los hombros ―Se nota que tienes calor. ¿Quieres un café?
―¡¡¡Con este calor!!!
―¡Se te va a quitar el calor! Es por un efecto de temperaturas. ¡Hazme caso! ¿Quieres uno?
―¡No, gracias!
―Bueno, yo me voy a tomar uno. Toma asiento.

Me senté para recuperar el aliento mientras Carlos se dirigía hacia el fondo de la casa a buscar su infaltable cafecito.

―¡¿Qué libro andas buscado?! ― me gritaba desde el fondo.
―¡Uno de Emilio Salgari!― le grité.
―¡Emilio Salgari!― repitió mientras venía de vuelta revolviendo su taza de café ―¡Excelente! ¿Alguno de Sandokán supongo?
―¡Sí!― dije con alegría ―Se llama “El desquite de Yáñez”. Lo he buscado por todos lados y no lo encuentro. Es el único que me falta de la saga. ¡Los tengo casi todos!
―Yo los leí hace mucho tiempo― me dijo sentándose. ―Yo tenía todos esos libros de aventuras, aunque siempre me gustaron más los libros de aventuras de cowboys…



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Repentinamente, mirando al vacío, su cara cambio de expresión, y con esa mirada dura que colocaba cuando se enojaba me dijo: ―Me quemaron todos esos libros para el 73. Los pacos allanaron la casa varias veces buscando armas. Una vez un paco gueón confundió a Karl May con Karl Marx y mandó a quemar todos esos libros…
Horrorizado pensaba en que quizás habían quemado todos los libros de Salgari para esa época y que por eso me era difícil encontrar ese libro.
―Siempre ando por San Diego viendo libros― me dijo volviendo su sonrisa en su cara. ―Si lo encuentro te lo traigo.
―¡Gracias!― dije con alegría ―Siempre me han gustado esos libros de aventuras. De hecho con ellos comencé a leer novelas cuando era chico.
―¡Yo los sigo leyendo hasta ahora!― me dijo riéndose. ―¿Y por qué te gustan esos libros?― me preguntó mientras sorbía su café. ―¡Es difícil que hoy en día alguien lea esas novelas de aventuras!

―¡No sé!― dije dubitativo ―Tal vez por el típico héroe invencible que sale de un sin fin de problemas sólo con su astucia. ¿Por qué ya no hacen este tipo de historias?― pregunté con rabia.

En ese momento se iluminaron los ojos de Carlos Raúl. Sin duda había visto la oportunidad de enseñar algo, por lo cual se apresuro a decirme con una sonrisa de oreja a oreja con su dedo índice derecho apuntando al cielo: ―¡Escucha, Pequeño Saltamontes! Ahora es mucho más difícil poder abocar a esas aventuras porque la tecnología ha destruido el sueño de las personas. Ahora existe la comunicación y todo el mundo habla de la globalización. La sorpresa y el asombro es cada vez más difícil de lograr porque toda la información la tienes ahí. Antes era una aventura y una proeza perseguir una ballena por los siete mares para cazarla o morir en el intento. Hoy con radares y arpones mecánicos los matan por montón.

Luego tomando una pausa se irguió en el asiento, por lo que supe que aquí venía lo importante.
―Es por eso― me dijo alzando la voz ―que se hace cada vez más urgente abrir estos espacios culturales donde el sueño del hombre, libremente, puedan vencer todos esas paradigmas ficticiamente creadas por todas esas empresas libremercadistas que nos cautivan intelectualmente.

―¿Pero de adónde salen las ideas? ¿Dónde tú, por ejemplo, sacas ideas para tus libros?
―¡En los sueños, Pequeño Saltamontes! ¡En los sueños! ― abrió un cajón del escritorio y sacó un cuaderno lleno de apuntes garabateados. ―Yo presto mucha atención a lo que sueño. Y como generalmente uno no se acuerda de lo que sueña al otro día, apenas despierto, sin importar la hora, anoto todo lo que he soñado, sin arreglarlo ni hermosearlo, sino que simplemente lo escribo. Después estudio lo que escribí y le busco sentido al sueño. Nuestro subconsciente siempre nos dice cosas interesantes.

―Sí, pero no basta con escribir las cosas como uno las piensa. Yo creo que se debe tener un estilo y una forma de escribir. ¡Y eso es lo difícil, po!
―Mira la forma en que escribes tus artículos de Conan, tienes intrínsicamente un estilo de escritura, que se puede trabajar y mejorar constantemente, pero la tienes.
―¡Si sé que uno lo tiene, Carlos! Pero siempre me ha costado escribir algo. ¡Me enredo mucho! De hecho, mira― dije sacando unos papeles escritos a máquina de mi mochila ―Este es el nuevo articulo de Fantasía Heroica que estoy escribiendo, léelo.

Carlos Raúl leyó mi manuscrito en silencio y con un lápiz borro párrafos, sobrescribió otros, mientras encerraba en círculos frases y marcaba con flechas otras ideas.

Me devolvió las hojas para que las leyera y me dijo:
―Mira, puedes escribir lo que quieras y como quieras. Si lo deseas puedes enredar al lector al principio como lo hiciste en el párrafo inicial, pero lo justificas en el segundo párrafo ampliando la idea y dándole sentido. Lo importante es que debes tener siempre definida la idea original de lo que quieres decir. Después lo cuentas como quieras.
Al ver mi rostro de incertidumbre con una nueva sonrisa y brillo en los ojos me dijo con el índice derecho apuntando al cielo.

―¡Mira! Puedes tomar una idea central y describirla de dos formas distintas y te doy un ejemplo. Acomodándose en la silla me dijo: ―Puedo decir: “…todos los días cuando Raúl se dirige a su casa, ve en el antejardín de la mejor casa de su cuadra a un hombre sentado en una silla de ruedas. Cada vez que Raúl pasa por ahí el hombre le mira con ojos brillantes tratando de decir algo. Un día al acercarse Raúl extiende su mano a través de la reja para acariciar la cabeza del desvalido hombre…”― haciendo una pausa continuó― “…en ese momento el paralítico apenas inclino su cara y se pudo apreciar como una lagrima de gratitud rodaba por su mejilla…”― terminó diciendo Carlos Raúl con su cara inclinada y sus ojos mirando al cielo como una oveja mansa.

Luego tomando una postura completamente distinta me dijo: ―Como también puedo terminarla diciendo: “… en ese momento el hombre abrió su boca desplegando tres hileras de colmillos, como si fuera un tiburón. Arranco el brazo de Raúl de un tarascón y como un lobo con su presa vio como con su boca ensangrentada despedazaba el inerte brazo de Raúl…”― me dijo en posición agachada haciendo la mímica de estar comiendo algo grotescamente, que me hizo recordar al despreciable barón Harkonen de la película Dune de David Lynch.

Maravillado por la lección que me había dado no pude decir nada, sino que simplemente me quede pensando en como se podría adquirir algo de aquel don.

Luego Carlos Raúl comenzó nuevamente a buscar dentro del cajón de su escritorio. Finalmente saco un librillo de unas hojas tamaño carta encuadernadas en unas tapas de cartón amarillas. Extendiéndome el manuscrito me dijo: ―Aquí tienes una serie de cuentos que he estado escribiendo últimamente donde te pueden mostrar como el escritor puede jugar con el lector mostrándole durante todo el cuento una situación, para demostrarle al final que todo lo que le hicieron creer no es real.

El manuscrito se llamaba “El fantasma del colegio y otros relatos”.
―¡Léelo y estúdialo! ¡Te ayudará!

Lo guardé agradecido en mi mochila.

Carlos Raúl se levanto y con fuerte vozarrón me dijo: ―¡Bueno, acompáñame donde un amigo acá cerca para ver como solucionamos la falta de papel para imprimir el Quantor!
―¡Vamos!― dije con entusiasmo mientras salíamos de su casa.

3
En mi casa, ya descansado, comencé a leer el manuscrito que me había prestado Carlos Raúl. Se trataba de las peripecias de un grupo de cinco niños que formaron el denominado “Club de Detectives Sherlock Cinco”. En los cuatro cuentos que componían el librillo se describían las aventuras de los niños al resolver distintos casos de tenor sobrenatural.

No me cabía duda que el macizo Raúl Eduardo “Gordi”, líder del grupo, no era más que una representación del niño Carlos Raúl que vivía en él. No se quienes podían ser sus compinches: Jaime “jirafa”, Tito, Luchín y la graciosa Anita, pero tal vez muchas de las aventuras que allí nombraba fueron reales y ocurrieron durante la niñez de Carlos Raúl.

Lo que más me gusto de estas historias fue que efectivamente se podía ver como durante las historias el grupo de niños investigaban el caso sobrenatural que le ocurría a alguno de ellos, mientras que al final se resolvía todo dando explicación a cada caso con elegancia y maestría.En los consecutivos escritos que realicé me basé en estos consejos para enriquecer la escritura, y aunque la línea editorial que mis escritos tenían en el Quantor y boletines de la Sochif eran de carácter de ensayo, estas enseñanzas las atesoré y las puse en práctica casi inmediatamente.
(CONTINUARÁ)

Santiago, Abril de 2007.
PS.- Texto íntegro ubicado en

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