viernes, 22 de agosto de 2008

HÉCTOR OESTERHELD:
CREADOR DE “EL ETERNAUTA".
Por Máximo Carvajal Belmar.
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―In memóriam: En el segundo aniversario de la partida de Max―
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Lo conocí alrededor del año 1966 en una comida que se le ofreció en El Germania, donde asistía en pleno el Departamento de Historietas de Zig-Zag. El hombre que dio vida a El Eternauta era un señor bajito, de pelo que comenzaba a blanquear en las sienes. Muy amable, atento, sabía escuchar y hablaba lentamente. Su voz era hipnótica y una vez que comenzaba el relato ya no se escuchaba a nadie más. Todos seguían, casi sin respirar, la historia del maestro.
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Recuerdo que conversamos sobre un guión. Yo en esa época estaba fascinado por las historietas de guerra y de ciencia ficción. Nosotros ya habíamos comenzado la saga de Rocket, y las historietas argentinas: Hora Cero, Frontera y El Eternauta, nos impactaban profundamente. Yo sólo quería dibujar un guión del argumentista más grande del mundo. Héctor Oesterheld fue el primero de los gigantes del cómic que he conocido y quizás quien más me ha impresionado.
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Había leído en Hora Cero quincenal un relato suyo, dibujado por Solano López, sobre las misiones en Alemania de una fortaleza volante B-17 en la Segunda Guerra Mundial. “La amapola negra”, así se llamaba la historieta, fue un boom en la época, y me produjo tal impacto que lo único que quería hacer era historietas de guerra, y preferentemente de combates en el aire. Recuerdo que le pedí un guión sobre ese tema. Insistí que fuera sobre una fortaleza volante. Se rió, pero muy atento accedió. Incluso anotó algo en una libretita. Me hizo un chiste: “¿Sobre qué personaje en especial quería el guión? ¿El piloto, el artillero de cola, el navegante o el bombardero?”
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Reímos. Luego se puso serio y dijo: “Ustedes tienen un país lindo, ojalá que nunca se les suban los milicos arriba.” Fueron palabras proféticas, más tarde lo comprenderíamos amargamente.
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Había venido a Chile a vender material argentino de historietas. Su empresa ―Editorial Frontera― estaba quebrada. Llegó a Zig-Zag, cuando quedaba en calle Lord Cochrane, buscando nuevos derroteros en el esquivo negocio del cómic. Nunca pasó nada. Además, la gente que manejaba aquí las empresas editoriales tuvo siempre una visión bastante chata en relación al negocio. No había expertos en historietas, y aún no los hay. Pensemos que cuando Oesterheld vino a Chile a ofrecer sus servicios estaba trayendo el negocio del siglo. En Chile la venta del cómic pasaba por su mejor momento...
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Comenzó a escribir en unas publicaciones para niños llamadas Gatito (“El libro grande de los chicos chicos”), que tuvieron gran éxito en Argentina. Estaba publicada por Editorial Abril, que también sacaba la revista Misterix, donde posteriormente se le ofreció trabajo. Ongaro ―el guionista italiano de dicha editorial― estaba cansado y quería volver a su patria. Oesterheld acepta el encargo y crea para esa revista el personaje Bull Rocket, un científico con el cerebro de Einstein, los puños de Mohamed Ali y el rostro de un Burt Lancaster joven. Bull Rocket salía en capítulos continuados dibujados por el italiano Campani.
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Después de eso crea al Sargento Kirk, dibujado también por el tano Hugo Pratt. Con este personaje propone a la Editorial Abril una nueva política en la gráfica de los cómics: Hacer historietas de guerra. Era el año 52, estábamos en plena posguerra, el problema de los años 39-45 estaba fresco en la memoria de todos y se sabía muy poco acerca del mismo.
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La editorial se negó a apoyarlo. Se va y forma su propia empresa, Frontera, donde edita una revista con ese nombre (mensual y quincenal), y después Hora Cero (mensual, semanal y quincenal). También saca El Eternauta, como revista mensual; Ernie Pike, colección de batallas inolvidables, etc. Y todo eso con el equipo más increíble de dibujantes, que sólo se podía encontrar en Argentina: Pratt, Breccia, Roumé, el chileno Arturo del Castillo ―hermano de nuestro "Viejo" Jorge Pérez Castillo―, Solano López, Schiaffino, Haupt, Moliterni, Arancio, Durañona...
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¿Quién cuando adolescente no leyó a Sargento Kirk, El Eternauta, Randall the Killer, Mort Cinder, Sherlock Time, Ernie Pike? ¿Quién no leyó “La amapola negra” o “Los enterradores”, sin emocionarse hasta las lágrimas?
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Toda esa pléyade de dibujantes dirigidos por el genio de Oesterheld cambió el cómic de raíz, alterando los viejos moldes de lo que era la historieta tradicional hasta ese momento, cambiando el concepto maniqueísta de la trama. Él decía: “La historieta es mala cuando se la hace mal. Negarla en conjunto, condenarla en globo, es tan irracional como negar el cine en conjunto porque hay películas malas, o condenar la literatura porque hay libros malos. Hay en proporción muy elevada, desgraciadamente, muchas historietas malas. Pero ellas no invalidan a las historietas buenas. Al contrario, por comparación, sirven para exaltarlas aún más.” También decía: “En la guerra no hay buenos ni malos. El único villano es la guerra misma.”
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Hay una anécdota de Ernie Pike que vale la pena recordar. Cuando creó al famoso corresponsal de guerra se lo pasó a su amigo Hugo Pratt, para que le diera las características físicas al personaje. Le dijo, riéndose: “Hazlo noble, recto, humano. Así como yo.” Entonces Pratt lo dibujó haciendo un retrato caricaturizado del propio Oesterheld. Por eso se produce esa dualidad tan característica entre el personaje ficticio y el personaje real.
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El nombre Ernie Pike también es sacado de la vida real. En efecto, existió un corresponsal llamado Ernie Pile, que murió al final de la contienda, del cual supo nuestro argumentista por ser un lector infatigable. Oesterheld tenía una biblioteca fantástica, donde había datos de todas las contiendas bélicas: Primera Guerra, Segunda Guerra, la Guerra de Secesión, la historia del oeste norteamericano, uniformes, etc. Era un ejemplo para el que intentara el difícil arte de escribir guiones.
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En su temática, el escritor no desdeñaba la realidad. Impactado como todos nosotros por el fenómeno de la Revolución en Cuba, y la extraordinaria carga de esperanzas que aportó en su época al imaginario de América Latina, emprende la tarea de escribir la biografía de su famoso compatriota, Ernesto Ché Guevara. Ahora el tema, su tema, era un ser vivo, histórico, de carne y hueso. ¿Cómo enfrentaría nuestro artista este nuevo desafío?
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El resultado fue un libro de cómic único, que ahora sólo se encuentra en manos de coleccionistas, una publicación de culto. ¿Por qué? Porque cuenta con un prólogo del no menos famoso Ernesto Sábato, y el pincel de otra leyenda del cómic, Alberto Breccia. Editado en Argentina en 1968, no alcanzó una segunda edición. El golpe militar de marzo de 1976 reprime y castiga duramente al pueblo, a los medios de comunicación, al arte y la cultura, y, desde luego, a la historieta.
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Héctor Oesterheld, el más brillante guionista del cómic de aventuras, fue una víctima más de la guerra sucia en Argentina, en la cual habían ya perecido asesinadas sus tres hijas. En similares circunstancias él desaparece en el año 77, siguiendo su destino trágico. Un sobreviviente, que compartió celda con él, relata el que fue su último día: “Casi todos se dieron cuenta que esos momentos eran los últimos. Se notaba en el aire, en la atmósfera. Oesterheld se acercó a cada prisionero, dándoles la mano, uno por uno. Era la despedida.”
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Quizás ese último gesto marca de manera imborrable el espíritu de un gran hombre, un contador de historias inolvidable, un demócrata, un libertario. Su cuerpo fue lanzado probablemente a la selva. Sus cobardes asesinos nunca dieron la cara. Una situación muy conocida por nosotros. Sus restos nunca han sido encontrados.
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Alberto Breccia, impactado por el asesinato de su amigo, esconde los originales de “El Ché” en una caja y los entierra. La lluvia y el tiempo hacen su tarea, deteriorándolos casi por completo. Ya en democracia, se recurre a un único ejemplar de la primera versión, conservado por casualidad, el cual, retocado, sirve como matriz para la segunda edición de aquel maravilloso libro. En 1980, en Lucca, Italia, se hizo un reconocimiento a su labor. Ahí estuvieron Pratt, Moebius y Víctor de la Fuente, entre otros. Amnesty International recibe el premio póstumo dedicado a Oesterheld ante un auditorio emocionado.
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Ahora, a medida que nos alejamos de esos acontecimientos, el tiempo tiende un injusto manto de olvido sobre ellos. Pero reflexiono: ¿Es justo que a un Víctor Jara lo asesinen por cantar, que a García Lorca lo fusilen por hacer poesía, y que a un Oesterheld por escribir bellas historietas?
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Pregúnteselo, amigo lector.
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Artículo publicado en Revista Quantor, Año 2, Nº 4.
Santiago, Ediciones de La Golondrina, 2002.
Retrato de Oesterheld realizado por Máximo Carvajal; dibujos restantes pertenecen a Héctor Oesterheld.

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